ACTIVIDADES
1. Lectura dramatizada
El fabricante de deudas
(Fragmento)
Al levantarse el telón el lugar se
halla vacío. Es media mañana. Suena el timbre de calle. Jacinto, el mayordomo,
yendo de derecha a izquierda, acude a abrir. A los pocos segundos,
arrollándolo, se precipita al interior David Cash.
Cash. (Vociferante) ¡Dile
al señor que quiero hablarle! ¡Que esta vez no admito ninguna excusa! ¡Qué voy
a acudir a la justicia!
Jacinto. (Sereno y
ceremonioso) Tenga el señor la bondad de tomar asiento.
Cash. (Irritado) ¡Déjate
de protocolos! Avísale a tu patrón que estoy aquí.
Jacinto. En seguida, señor.
Con su permiso. (Sale)
Cash. (Al público)
Disculpen esta entrada en escena, señoras y señores, pero no podía haber sido
de otro modo. ¿Ven ustedes todo esto? (Alude a la casa) Es la sala de un
hermoso chalet de dos plantas, rodeado por un jardín digno de un maharajá…
En total tiene… (Cuenta) ¡Siete
habitaciones, sin contar las de servicio! Una residencia como para embajada o
colegio inglés. ¿Y cuánto cobro por el arrendamiento de semejante palacete? Una
miseria. Tres mil soles mensuales. Una ley demagógica me impide subir la merced
conductiva de esta mansión… (Se cerciora de que nadie en la escena lo escucha.
Confidencial.) El inquilino, desde hace seis años, es don Luciano Obedot. Me debe tres meses de arrendamiento, pero estoy
decidido a desalojarlo aunque sea un señorón. Sin pizca de remordimiento, lo
pondré de patitas en la calle.
Obedot. (Que ingresa
sigiloso). Lo he oído todo, mi querido Cash. ¿Será usted capaz de hacerle esa
canallada a uno de sus semejantes?
Cash. (Reaccionando
vivamente). ¡Alto! ¡Usted no es mi semejante! Usted vive en un mar de deudas,
yo no tengo acreedores, usted es el inquilino remiso de esta casa, yo el
propietario; usted es un Obedot que aparece en las páginas sociales de los
diarios, yo apenas un Cash a quien de nada le ha valido invertir sus pocos ahorros
en bienes raíces. ¡No somos, pues, semejantes!
Obedot. (Con tono de
advertencia) ¿Propugna usted la lucha de clases? ¿La gran batalla entre los
deudores y los acreedores?
Cash. ¡No me envuelva con
sus palabras! (Se cubre los oídos con las manos.) No escucharé ni uno solo de
los hábiles argumentos que le permiten vivir como un príncipe sin pagarle nada
a nadie.
Obedot. (Levantando la voz
para hacerse oír.) ¡Le pagaré, le pagaré… pero evitemos la violencia!
Cash. (Huyendo.) ¡No oigo
nada! ¡Soy todo ojos! ¡Muéstreme el dinero y se quedará usted aquí y en paz!
Obedot. (Persiguiendo a su
interlocutor) ¡Usted es testigo presencial y de excepción de mis desgracias!
¡No puede comportarse como un extraño!
Cash. (Arrinconado) ¡No
escucho nada!
Obedot. (Obligándolo a
dejar los oídos libres) ¡Atiéndame! ¡No sea inhumano!
Cash. (Vencido y
suplicante) No me cuente otro cuento más, se lo ruego. Ya no hay quién crea en
sus historias.
Obedot. Le pido que espere.
Que espere un poco. Hay algo que vendrá a salvarme y a salvarlo a usted muy
pronto.
Cash. ¿Y quién me espera
a mí? El gobierno cobra puntualmente los impuestos y al gobierno no le puedo
decir que el señor Obedot me pagará pronto porque hay algo que vendrá a
salvarlo… (Recuperando sus bríos) ¡Debo actuar con rigor! ¡O me paga usted
ahora mismo los tres meses de arrendamiento que me debe o lo hago desalojar esta misma tarde!
Obedot. (Sereno) Calma, por
favor. Debe usted saber en qué consiste ese algo que nos salvará. Es su
derecho. (Pausa) ¿Leyó usted que mi hija está a punto de comprometerse? Déjeme
consumar ese maravilloso matrimonio.
Cash. Mi mujer, que lee
las columnas de sociales, me ha hablado de un pretendiente aristócrata o no sé
qué… Del dicho al hecho, mi querido señor, hay mucho trecho. Y, además, ¿quién
garantiza que la nobleza de una persona está acompañada de fortuna?
Obedot. En este caso nadie
osa ponerlo en duda. Luis de Narváez y Sotacaballo, Marqués de Rondavieja, es
propietario de media Andalucía. Ganaderías de casta, olivares, cortijos, un
banco segoviano y casas de renta en Madrid y Barcelona… Nada menos.
Cash. (Incrédulo.) ¿Es
verdad todo eso? ¿Está comprobado? (Pausa.) ¿Y si es tan rico por qué se ha
venido al Perú?
Obedot. (Dueño de la
situación.) La última temporada de toros se hizo con reses bravas de su divisa
oro y morado. Le gustó el país, conoció a mi hija Pitusa y decidió establecerse
entre nosotros. Los típicos caprichos del millonario y un buen flechazo de
Cupido hicieron el milagro. Iniciará aquí un negocio de vinos generosos, con
capitales propios y capitales norteamericanos, y montará una cadena de
churrerías al estilo madrileño.
Cash. (Que ha permanecido
atento, de pronto se pone en pie.) Todo está muy bien y ojalá no sean puras
fantasías, pero vine a cobrar y no me iré con los bolsillos vacíos.
Obedot. ¡Pero no sea
intolerante, amigo mío! Le pregunto, con toda sinceridad, ¿no existe un modo
razonable de que yo obtenga un plazo, un último plazo, para cumplir con usted?
Cash. (Se pasea por la
habitación, en silencio. Luego de una pausa, habla.) Creo que hay uno. ¡El
único!
Obedot. Dígalo.
Cash. Fírmeme una letra a
treinta días por doce mil soles, los tres meses vencidos y el que corre. Yo me
encargaré de descontarla.
Obedot. (Desencantado.)
¿Qué alivio le ofrece usted a este condenado a muerte? ¿Acaso el indulto? ¡No,
qué va! Como extraordinario favor, como prueba de gran magnanimidad, le propone
la horca en vez de la guillotina. Una muerte sin sangre, nada más.
Cash. (Tajante.) ¡Sin
letra, no hay clemencia!
Obedot. (Melodramático.)
Así es la justicia humana. La deuda para ella es peor que el asesinato. En la
mayoría de los casos, el asesinato se castiga procurando al delincuente
alojamiento, alimento regular y reposo. Es decir, la cárcel. La deuda, por el
contrario, lanza al pobre deudor a la intemperie y al hambre.
Cash. ¡No haga frases,
por favor! Le haré una pequeña concesión más. La letra será a sesenta días…
¡Más los intereses, se entiende!
Obedot. Un poquito más de
piedad aún, amigo Cash… (Pausa.) ¿A noventa días?
Cash. ¡No! ¡No! ¡Es mucho
plazo noventa días!
Obedot. Justamente es lo
que necesito. Aparece Jacinto.
Cash. ¡Bueno! ¡Acabemos
de una vez! ¡A sesenta días!
Obedot. (En voz baja.) ¡Por
favor, ni una palabra ante los domésticos! Iremos a su oficina. Ahí firmaré la
letra.
Cash. Vamos. (Se dirigen
a la puerta.) A sesenta días… ¿De acuerdo?
Obedot. ¡A noventa!
Cash. (Saliendo) ¡Más los
intereses!
Obedot. Menos altos, por
supuesto… (Salen discutiendo.)
Jacinto los ve salir. Se encoge de
hombros y, enseguida, se pone a pasar su plumero por los muebles.
Jacinto. (Suspendiendo su
labor y dirigiéndose al público.) Don Luciano Obedot, amigos míos, es un buen
navegante en el tempestuoso océano de la acreencia. Aunque esta vez puede
naufragar… y como me adeuda un año de sueldo creo que, respetuosamente, ha
llegado la hora de reclamárselo. Ese Cash tiene todo el aspecto de una tormenta
capaz de arrojarnos a todos por la borda, lo cual es hasta para un mayordomo
impago una humillación excesiva. (Pausa) Con la venia de ustedes. (Sigue
pasando el plumero).
Jobita. (Que ingresa
acompañado de Godofreda) Oye, oye, ¿en esta casa qué día hay paga?
Godofreda. Ya le he dicho que
aquí Dios tarda, y a veces mucho, pero no olvida.
Jacinto. (A Jobita.) La pura
verdad, muchacha. He servido en muchas casas de familias con escudo en el
anillo, de generales en retiro pero muy condecorados, de ministros poderosos
aunque impopulares, etc, es decir, he estado entre lo mejorcito de Lima, pero
nunca vi gente tan original como los Obedot. ¿De dónde sale la comida? ¿Quién
pagó el automóvil? ¿Por qué no se produce el desahucio? Nadie lo sabe. Dejas de
cobrar durante mucho tiempo, pero de pronto te cae una propina suculenta, o
cobras y durante meses y meses no recibes un centavo extra…
Obedot. Espero que Pitusa
considere el matrimonio como una transacción económica.
Entra Socorro, la esposa de Obedot.
Socorro. (Escandalizada). ¡Qué
idea, Luciano! ¿Te casaste conmigo como hombre de negocios o como enamorados?
Obedot. (Yendo al encuentro
de su mujer y besándola). ¡Como un Romeo que desposa a su Julieta! (Pausa.)
Ahora llama a Pitusa, que debo hablarle. Es preciso que comprenda la finalidad
de la cena de esta noche y de que convenza de que tiene que tomar en serio al
Marqués.
Socorro sale en busca de su hija.
Obedot. (Que se adelanta al
público.) Me casé creyendo que el famoso general había dejado una herencia
fabulosa, como para permitirme dar un salto hacia la fortuna inquebrantable.
(Recalcando las palabras) ¡Ni un centavo! ¡Así como lo oyen; ni un centavo
partido por la mitad! (Pausa) Parece que a mi suegro le sucedió lo mismo, y que
antes su suegro le ocurrió otro tanto, y así hasta el demonio sabe qué
generación de desprevenidos. Una cadena fatal de errores, de la cual yo soy el
último eslabón. Es cierto que el distinguido prócer ganó mucho oro en sus
patrióticas campañas, pero lo derritió luego en la crapulosa vida privada que,
al margen de la cosa pública, llevó irresponsable y alegremente. Los
historiadores le han dedicado muy bonitas páginas, una calle ostenta su nombre
y apellido, en algunos museos están sus medallas, su catre de campaña y una
heroica camiseta quemada por la pólvora. De sus peripecias de galán derrochador
no se dice en ninguna parte nada, pero fue en ellas donde tiró la casa por la
ventana. (Pausa.)
En fin, esa carta me falló hace tiempo,
cuando yo era un crédulo soñador, pero la que juego ahora con el Marqués está
marcada. Esta vez, gracias a mi talento, una persona de esta familia va a
acertar en la ruleta del matrimonio.
Entran Socorro y Pitusa.
Socorro. Ya le he dicho que
se ha presentado un partido que no conviene desdeñar.
Obedot. Así es, hijita. Te
vas a casar. Eso, en los días negros que corren, es algo que testimonia la
existencia de Dios.
Pitusa. (Con voz dulce.)
Entonces, ¿ya te habló el joven Castro?
Obedot. ¿El joven Castro?
¿Quién es? ¿Castro qué?
Pitusa. Ángel Castro, papá.
Una vez fui con él a una fiesta. ¿Recuerdas?
Obedot. ¿Un tipejo
paliducho?
Pitusa. ¡Un muchacho
delicado, papá!
Obedot. ¿Y por qué habría
de hablarme el joven Castro?
Pitusa. Para pedirte mi
mano, papá. Queremos casarnos.
Socorro. ¿Qué? ¿Estás
enamorada de él?
Pitusa. Sí, mamá.
Obedot. ¿Y el de ti?
Pitusa. Sí, papá.
Obedot mira a Socorro, Socorro a
Obedot, totalmente desconcertados ambos.
Obedot. (Sin saber qué
hacer ni qué decir.) ¿Y qué pruebas tienes de que ese individuo te quiere?
Pitusa. (Con naturalidad.)
Me siento amada.
Obedot. (Exasperado.) ¡Qué
pruebas, pregunto! ¡Qué pruebas!
Pitusa. Quiere casarse
conmigo.
Pausa. Hay desorientación
entre los padres.
Socorro. (Con ternura.) ¿Y
cuándo te ha dicho que quiere casarse contigo?
Pitusa. Todas las tardes.
Socorro. ¿Todas las tardes?
¿Te ves con él todas las tardes? ¿Dónde?
Pitusa. En el jardín. Ahí
nos reunimos diariamente.
Obedot. (Conteniendo la
cólera.) ¿Y por qué no nos lo has dicho antes?
Pitusa. Nunca ustedes me lo
preguntaron.
Obedot. (Estallando.) ¡Pero
quién es él! ¡Cuál es su familia! ¡Con qué cuenta para casarse!
Pitusa. (Natural.) Se llama
Ángel Castro. Estudia en la Universidad. Es huérfano.
Obedot. (Desesperado ya.)
¡Huérfano! ¡Estudiante! ¡Castro! ¡Nada! (Al público.) Ahí tienen ustedes una
muestra de lo que son estos absurdos tiempos. Un jovenzuelo que no tiene dónde
caerse muerto y que debería pasarse los días y las noches con la cabeza metida
en los libros, que no ha salido prácticamente del cascarón, ya quiere casarse…
(A su hija) ¡Pitusa!
Pitusa. Sí, Papá.
Obedot. (Tratando de exponer
un razonamiento convincente). Escúchame, criatura. Bueno, te casas con el tal
Ángel. (Pitusa sonríe complacida.) ¡Tú no tienes un real! ¡Él tampoco! Al día
siguiente de la boda, ¿qué comen? ¿Lo han pensado?
Pitusa. Sí, papá.
Socorro. (Emocionada) ¡Oh,
mi hijita está enamorada!
Obedot. (Grita) ¿Qué
comen?, pregunto.
Pitusa. Lo que haya. Un
pan, una papa, un vaso de agua. ¡Y nos querremos más!
Obedot. ¡Eso es pura
fantasía!
Pitusa. Hemos decidido
alquilar un pequeño departamento en las afueras. Yo seré su sirvienta y él mi
sirviente. Cocinaremos juntos, lavaremos los platos juntos, pasearemos juntos,
leeremos juntos. Enseñaré inglés en mis horas libres. Él, cuando sus estudios
se lo permitan, hará trabajos de mecanografías. El amor nos ayudará a vencer
todos los obstáculos.
Obedot. ¿Pero ese insensato
alimenta alguna ambición en la vida?
Pitusa. Es inteligente y
voluntad no le falta. Llegará a ser por lo menos embajador.
Obedot. Mira, hija. En
estos tiempos, embajador es cualquiera. No se necesita mucho ingenio para
llegar a serlo. (Pausa.) ¿Qué estudia tu galán?
Pitusa. (Muy orgullosa.)
Antropología.
Obetot. (En el colmo de la
perplejidad.) ¿Antropología? ¿Y para qué sirve eso?
Pitusa. El mundo futuro
necesitará de los antropólogos.
Obedot. Y mientras
esperamos que venga de no sé dónde ese mundo futuro, ¿cómo se las arreglarán
ustedes dos?
Pitusa. Todo lo solucionará
nuestro cariño, nuestra unión. A él le sacrificamos, por eso, todo.
Socorro. (Con intensión)
¿Todo? ¿Inclusive tu padre y tu madre?
Pitusa. ¡Oh, no! Quise
decir que… (Vacila).
Obedot. ¿Tu angelito conoce
la situación económica por la que atravesamos?
Pitusa. (En son de protesta)
Nunca hemos hablado de dinero.
Obedot. (Insidioso) ¿Te
cree rica, entonces?
Pitusa. (Cándida) Me sabe
buena.
Obedot (Triunfal) ¡Ahora
comprendo!
Socorro. (A Pitusa) ¿No te
parece?...
Obedot. (Deteniéndola)
Nada, nada. Escucha, hijita le vas a decir a ese niño que venga a hablar
conmigo esta tarde. ¿Puedes citarlo?
Pitusa. (Alegre) ¡Claro,
papacito!
Obedot. A las cinco lo
espero. (Didáctico) Atiéndeme bien ahora. Hace unos días, en la fiesta de las
hermanas Corominas, conociste a un distinguido joven español, el Marqués de
Rondavieja.
Pitusa. ¡Oh, sí! Un pesado
que me molestó toda la noche.
Obedot. (En tono de
reproche) ¡Un caballero que te hizo la corte!
Socorro. Un señor en toda la
extensión de la palabra, hija.
Obedot. Ese señor en toda
la extensión de la palabra, como dice tu mamá, vendrá esta noche a cenar con
nosotros, pues está interesado en ti. Tu madre y yo vemos con muy buenos ojos a
este pretendiente. (Pausa) No serás, hija mía, la señora de Castro. Serás la
Marquesa de Rondavieja. No irás a para tampoco, ya que tus padres velan por tu
dicha, a un modesto departamento de suburbio. Vivirás en un barrio residencial.
No cocinaras, ni lavarás, ni enseñarás inglés. Viajarás tendrás joyas, serás
una reina… ¿Has entendido?
Pitusa. (Un ademán de
rebeldía.) ¡Papá, quiero la felicidad aunque sea en la pobreza!
Autor:
Sebastián Salazar Bondy
2.Resuelve la ficha de análisis
Anexo: 2
1.- Título:………………………………………………………………………………………………………………..
2.- Autor:………………………………………………………………………………………………………………..
3.- Tipo de texto:………………………………………………………………………………………………….
4.- ¿Quién o quiénes
protagonizan “El fabricante de deudas”?
………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..
5.- ¿Qué
caracteriza a los personajes?
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
6.- ¿Cuál
es el tema del texto?
……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..
7.- ¿En qué parte del texto podemos encontrar la
información más relevante?
……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….
8.-
Completa
El fabricante de deudas
|
|||
Nombres
de los personajes
|
Características
físicas o sicológicas
|
Objetivo
de cada personaje
|
Conflicto
que aqueja al personaje principal
|
3.Lee la información y elabora un organizador visual
ANEXO 3
TEXTO 2
El texto dramático o texto teatral es un
texto escrito dispuesto para una representación en un escenario. Se sostiene en
la presentación de acontecimientos que serán presenciados; no depende entonces
de la narración sino de la representación. Recuérdese que el término “teatro”
etimológicamente proviene del griego antiguo que significa “el lugar donde
se ve la representación”.
El guion teatral
Es aquel
texto que contiene todas las indicaciones necesarias para ser llevado a su
representación. Marca una guía específica de lo que debe decir y hacer cada
actor, a través de acotaciones.
Para el caso
de una adaptación a guion teatral se recomienda un lenguaje coloquial, que en
escena se pueda manejar con satisfacción.
El guion
contiene lo siguiente:
Descripción general. Se señala
brevemente la situación de la que parte la obra; es como una acotación de
apertura. No es obligatoria, algunas obras la emplean como orientadora.
Personajes. Se debe señalar la cantidad y característica de
cada personaje. Además, antes de cada parlamento, se indica primero el nombre
del personaje, quién dice qué.
Diálogos. Es el elemento principal del guion, se indica qué
debe decir cada personaje. Debe parecer natural y resultar coherente.
Acotaciones. Son las indicaciones para señalar las entradas y
salidas de escena de un personaje, sus actitudes, ademanes, movimientos en
escena y expresiones en general (gestos, expresiones, tonos de voz, etc.).
Pueden señalar también el cambio del lugar en el cual transcurren las acciones.
Generalmente va entre paréntesis.
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